viernes, 19 de octubre de 2007

El día de la resistencia indígena

A pedido del Dr. J. Pascual Mora García publicamos su reseña.

Rubén Cucuzza





EL DÍA DE LA RESISTENCIA INDÍGENA

J. Pascual Mora García
Vicepresidente de la Sociedad venezolana de Historia de la Educación (SVHE)

El 12 de octubre dejó de ser un día para la celebración del despojo. Por eso se instituyó como el día de la Resistencia Indígena, según Gaceta Oficial Nº 5.605, Extraordinario de fecha 10 de octubre de 2002, emitido por la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela. Atrás quedó la concepción hispanista que potenciaba el eurocentrismo y la anglobalización; aquella que buscaba perpetuar la cultura Occidental como La Cultura, cual cultura única, aquella que consideraba a la cultura anglo-europea como la cultura que debía imponerse. Como sabemos la cultura Occidental nació a partir de la fusión cultural de la cultura griega, romana y judía, como tal tiene dos mil años de imposición forzada. Para Occidente las culturas alternas no existen, y esa fue la lógica que decretó la aniquilación de nuestras raíces pobladoras prehispánicas. Quizá por esa razón expresaba Arnaldo Esté (1986) que NO SOMOS OCCIDENTALES.

El Día de la Resistencia Indígena nos permite recordar la raza bizarra que cobijó la resistencia de nuestros hermanos indígenas; fueron más de 70.000.000 de hermanos sacrificados. Fue el cataclismo de una cultura alterna a la cultura del trigo y del arroz. Nuestra cultura del maíz fue abortada y se decretó la imposición de la lengua castellana para subyugar, con razón decía Jean Paul Sartre que “no hace mucho tiempo, la tierra estaba poblada por dos mil millones de habitantes, es decir, quinientos millones de hombres y mil quinientos millones de indígenas. Los primeros disponían del Verbo, los otros lo tomaban prestado.”

La lengua y el imperio van de la mano. El gran Antonio de Nebrija, en su Gramática de la lengua castellana, publicada en Salamanca en 1492 señalaba a la reina Isabel “que siempre la lengua fue compañera del imperio, y de tal manera lo siguió, que juntamente comentaron, crecieron y florecieron, y después junta fue la caída entre ambos.” La castellanización del indígena fue el gran proyecto del imperio español, ejercicio que se hizo sin considerar la tradición de las lenguas autóctonas. La Biblioteca de Ayacucho (Nº 230) acaba de editar la obra del mejicano Silvio Savala: Filosofía de la conquista y otros textos, en donde se expone cómo operó el proceso de subyugación e imposición cultural durante la conquista y colonia. Nos recuerda que la escuela fue el instrumento que utilizo el imperio para diseminar su lengua, no obstante que el nuevo código del Derecho Indiano prescribía que se debía respetar las lenguas autóctonas. También, muy a pesar de que el Concilio Provincial Mejicano de 1585 y Concilio Limense III de 1583 mandaran a que se enseñara en la lengua de los indios, y habría que agregar aquí los esfuerzos realizados a favor de los indios por las ordenes franciscanas y dominicas en el nuevo mundo. Pero esta es la paradoja de la discrecionalidad legal ejercida por el imperio: se legisla pero no se cumple. Fue así como entró también “el signo de la cruz en las empuñaduras de las espadas”, metáfora excelentemente recreada por Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, para masacrar a una raza y una cultura. Hoy recordamos que en el nombre de Dios también se impone el imperio. El Día de la Resistencia Indígena no es para andar corriendo detrás del último indígena antes de que se extinga, sino para reconocernos en la diversidad cultural que somos, reivindicando los derechos de las razas autóctonas y comprometiendo nuestro presente con el futuro. Es un hecho innegable que no somos indios, ni blancos sino una síntesis que dio origen a la raza cósmica mestiza. Por resistencia indígena no se quiere significar el retorno al paradigma prehispánico, como han pretendido burlarse algunos, sino que reivindicando nuestros hermanos originarios podamos encarar el futuro como herederos de una “raza cósmica” (Vasconcelos) y que Bolívar perfilara fehacientemente en el Discurso ante el Congreso de Angostura (1819).

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